Tercera reflexión cuaresmal: Fray Stanko Mabić sobre el desierto, el silencio y la quietud

Fecha: 05.03.2021.

“Estamos en tiempo de Cuaresma. Mientras leemos las lecturas de la liturgia, mientras reflexionamos, mientras hacemos meditaciones sobre la Cuaresma, a menudo nos encontramos con la palabra DESIERTO. Por lo tanto, he decidido compartir con vosotros la reflexión sobre el desierto.

Cuando escucho la palabra desierto, me suena a algo exótico. Creo que a vosotros también. Nos gustaría ir a ese desierto para un viaje turístico, bien equipados con un montón de bebidas refrescantes y una cámara, en un coche con aire acondicionado y pasar uno o dos días o una semana allí. Sin embargo, pocos optan por ir al desierto para vivir allí en escasez durante muchos años”, ha dicho fray Stanko Mabić al comienzo de la tercera reflexión cuaresmal.

En este tiempo de Cuaresma, la parroquia de Medjugorje y el Centro de Información Mir Medjugorje preparan las reflexiones cuaresmales. Estas meditaciones se emiten en nuestras video plataformas todos los miércoles por la tarde, después del programa vespertino de oración. Las meditaciones son impartidas por fray Marinko Šakota, fray Stanko Mabić y fray Ante Vučković.

En su reflexión, fray Stanko Mabić dijo que cuando lee los textos bíblicos, como, por ejemplo, sobre Juan el Bautista que pasó 15 años en el desierto, o sobre otros personajes, la primera asociación es la quietud.

“El silencio. El hombre está ahí solo. No hay nadie. Por la noche, no oye nada, ni su propia voz, ni la de otras personas. Sin embargo, este silencio en el desierto todavía no es la quietud. El silencio puede ser una condición para la quietud, pero la quietud sucede en el corazón. Es otra cosa. La quietud a la que tendemos no se encuentra en el desierto. Tampoco se encuentra en monasterios. Podemos ir a un monasterio cartesiano donde la gente permanece en silencio durante la mayor parte de su tiempo, o a otro lugar por el estilo... pero el desierto o la quietud están dentro de nuestro corazón. A Dios le encontramos en la quietud del corazón. El desierto nos conduce a la quietud, y la quietud nos introduce en la cercanía más profunda con Dios. Desierto, quietud y soledad no tienen que ser lugares: el Sahara, el desierto de Judea o el desierto de Egipto... Yo no pondría énfasis en el lugar, sino en el estado de la quietud en nuestra mente, en nuestro corazón”, dice fray Stanko Mabić poniendo ante nosotros el ejemplo de San Antonio el Ermitaño, padre de la vida monástica que pasó toda su vida en el desierto y que dijo: "Aquel que va al desierto para preservar la paz con Dios queda liberado de tres guerras: la guerra de escuchar, la guerra de mirar y la guerra de hablar. Sólo queda una guerra: la del corazón."

“La guerra está teniendo lugar en nuestros corazones, lo que significa que no es suficiente la soledad, no es suficiente ir al desierto donde todo lo que nos rodea está en silencio, sino que hay que tratar de lograr la quietud del propio corazón. Ese es nuestro principal campo de batalla, ahí hay un estado de guerra, pero el silencio externo, como en el desierto, es un ambiente excelente, incluso necesario, para ganar la guerra por la quietud en nuestro corazón. Por lo tanto, la soledad y el silencio externo no son suficientes. Hay que permitir que el Evangelio ilumine nuestro mundo interior con los rayos del amor incondicional, los rayos silenciosos de la presencia de Dios, porque Dios habita en la quietud de nuestro corazón. Vivir en el desierto significa no sólo estar sin compañía de las demás personas, sino vivir con Dios y para Dios. El que vive con Dios nunca está solo, incluso cuando está solo. Un corazón que habita en la quietud es al mismo tiempo un corazón lleno de amor. El Padre Celestial espera a sus hijos precisamente dentro de sus corazones, y no en unos lugares lejanos, ya sea el desierto, el mar o el mercado de la ciudad”, nos enseña fray Stanko Mabić y vuelve de nuevo a la Biblia subrayando que ningún profeta se ha encontrado con Dios a menos que se haya retirado a un lugar aislado, a la quietud, o literalmente al desierto.

“La experiencia de Dios es inseparable de la experiencia del desierto. Grandes cosas comienzan en el desierto, en la quietud, en la soledad. Tomemos la imagen de la creación del mundo. Tratemos de evocar, con nuestra imaginación, cómo fue. En las primeras páginas de la Biblia, leemos cómo el Espíritu aleteaba sobre las aguas (Génesis 1,2). La tiniebla lo cubría todo y Dios separó la luz de la tiniebla (Génesis 1:4). Me imagino que eso sucedía en la perfecta quietud. Dios dice sólo una palabra: "¡Que exista!" Y así sucede. Se separó la luz de la tiniebla”, dice fray Stanko Mabić, y después de la imagen sobre la creación del mundo menciona otras imágenes bíblicas sobre la quietud y el desierto, llamándole a Dios amigo de la quietud.

“Cuando envió a su Hijo a la tierra, cuando nació el Hijo de Dios, también hubo quietud. Nació fuera de Belén, en una cueva, de noche; Dios le envía a Abraham a la tierra prometida que mana leche y miel, a Judea, y Judea, en su mayor parte, es desierto. Cuando Dios sacó a Su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo guio por el desierto, porque en el desierto el hombre se purifica. La palabra de Dios vino sobre Juan el Bautista que ha estado en el desierto por más de 15 años preparando su corazón”. Fray Stanko sigue explicando como leemos en la Biblia “que el ángel Gabriel se apareció a MARÍA, pero no pone en ningún lugar que María lo había visto. Solo que le había escuchado. Para que María escuchara la voz del ángel, tenía que haber quietud y silencio tanto a su alrededor como en su corazón, en sus pensamientos. Este mismo ángel se le manifestó a Zacarías para decirle que su esposa daría a luz a un hijo.” Zacarías escuchó al ángel, pero no sólo al ángel.

“Zacarías había escuchado muchas voces en su corazón y esas voces despertaron dudas en él. No tenía fe. Por eso el ángel le dice: durante nueve meses enmudecerás, te quedaras en silencio (Lucas 1,20). A primera vista, el ángel parece haberlo castigado, pero no. El ángel en realidad le ha premiado. Le concedió esa gracia. Nueve meses de desierto, nueve meses de silencio, y en ese silencio, hasta que pudo hablar, estoy convencido de que cada día reflexionaba sobre las palabras que Dios le había dirigido por medio del arcángel Gabriel”, nos cuenta en su meditación fray Stanko Mabić y menciona a San José, el esposo de María.

“La Biblia no menciona ninguna de sus palabras. Él estaba en silencio, vivía en la quietud, de una manera diferente. En esta quietud, Dios debió designarle desde el vientre materno para ser el padre y el guardián de su Hijo. Este José fue llamado "justo" (Mt 1, 19). Nunca habría conseguido ese nombre si hubiera estado pasando tiempo en ocio y divirtiéndose con sus amigos. El guardaba silencio trabajando diligentemente, su taller era su desierto donde alababa al Señor con sus obras, y en esa quietud él escucha al ángel. Se le manifiesta en el sueño.  "José, toma al niño y a la madre..." (Mt 2, 13) Dios le habló porque su corazón estaba atento en medio de la quietud y él podía responder a la llamada. Si hubiera habido ruido en su corazón, u otros pensamientos, habría habido conversaciones acaloradas y discusiones y no habría obedecido de inmediato”, nos dice fray Stanko explicando como Jesús permaneció en silencio la mayor parte del juicio en el pretorio de Pilato y en el Camino de la Cruz. “¿Por qué estaba en silencio? El silencio es la parte integral del anuncio del Reino de los Cielos. Allí se había reunido toda la elite social judía y romana, estaban todos los jefes del pueblo y los sumos sacerdotes, estaba Poncio Pilato... y es cuando podía haber hablado, pero él permaneció en silencio. No sólo guardaba silencio por fuera. También guardó silencio en su corazón. No se trata de un silencio que contiene el odio, la venganza, las murmuraciones, sino un silencio en el que ama. Ese silencio es capaz de decir mucho más que una palabra pronunciada”. Y entonces fray Stanko menciona los ejemplos de San Pablo y San Francisco que escucharon la voz de Jesús sólo cuando desapareció el ruido en su corazón.

“Así que el desierto, la soledad, la quietud, son necesarios para entrar en nuestro interior y encontrarnos con aquel que está dentro de nosotros. El punto esencial del encuentro con Dios está dentro de nosotros, en la cámara interna de nuestro espíritu, y a través de una autentica oración nos encontramos con Dios. En nuestro corazón, donde, en la quietud y el silencio, deseamos encontrarnos con Dios, hay varias habitaciones. Jesús dice: Entra en tu cuarto (Mt 6, 6), en el silencio, en la soledad, sin embargo, hay varias salitas en nuestro corazón. La salita de discoteca, la salita de compras, la salita de muchos quehaceres, la salita de preocupaciones ansiosas... pero también una salita para la quietud. Es en esa salita donde vive el Señor. Tenemos que pasar por alto muchas salitas para llegar a la parte más profunda del corazón donde se encuentra esa salita de la quietud. Tenemos que llegar a esa habitación, porque en esa habitación, en esa quietud, tenemos al Señor esperándonos. Ahí, en la quietud y la soledad, el hombre llega ante Dios para establecer una íntima relación de amor con Él.

En las profundidades más íntimas del misterio de Dios no podemos entrar con palabras sino con el silencio, con la quietud. Podemos entrar en nosotros mismos abriendo nuestro espacio interior a la presencia de Dios porque Dios lo que realmente escucha es nuestro corazón, y no nuestras palabras. Hay personas que no son buenos oradores, pero a Dios no le importa qué clase de orador sea alguien. Él escucha el corazón. Moisés le dice al Señor: "¿Cómo voy a hablar? Soy torpe de boca y lengua”. (Ex 4,10s) Eso no le importa en absoluto al Señor. Si tartamudeando empezamos a pronunciar lo que nos dijo Dios en la quietud, todos nos escucharán. Si tenemos un gran poder retórico y no tenemos al Señor en el corazón, no tocaremos a nadie. Santa Teresa solía decir: "En la oración interior que sucede en la quietud, en el desierto del corazón, no es importante pensar mucho, sino amar mucho", dijo fray Stanko Mabić que terminó su reflexión con el pensamiento de Salomón, el rey judío: “Señor, dame un corazón que pueda escuchar, dame un corazón que pueda guardar silencio y escuchar tu palabra”.