LA HOMILIA DEL NUNCIO APOSTÓLICO en Bosnia y Herzegovina, el arzobispo Luigi Pezzuto, en Medjugorje, el 1 de agosto de 2018 Festival de los Jovenes

Fecha: 01.08.2018.
Queridísimos jóvenes, y todos vosotros
 
Hermanos y hermanas aquí presentes
 
        Hemos escuchado con fe y devoción dos textos bíblicos que nos propone la liturgia de hoy. La cual conmemora a un obispo santo, quien en Cristo fue luz y sal de sabiduría para la Iglesia, la sociedad y la cultura de su tiempo. Su nombre es Alfonso Maria de Ligorio. En él, encontramos un ejemplo luminoso de la fascinación que el Reino de Dios puede ejercer sobre una persona comprometida con el descubrimiento de esta realidad y, que una vez que la encuentra, se convierte en apóstol de los medios (de comunicación) para que también pueda difundirse a los hermanos.
 
               Ambos textos bíblicos, uno tomado del Antiguo Testamento y el otro del Nuevo, son verdaderamente providenciales para esta celebración eucarística, especialmente dedicada a vosotros, los jóvenes, como una introducción destinada a abrir vuestro, ya tradicional, Festival anual, en el cual tengo la alegría de participar por primera vez.
 
               Jesús quiere que entendamos, hoy, que el Reino de Dios es una realidad que existe por sí misma, independientemente de nuestra voluntad: no somos nosotros quienes instituimos el Reino de Dios.
 
                Sin embargo, el Reino de Dios es algo de lo que nosotros, los seres humanos, no podemos prescindir. Es decir, este algo posee y ejerce sobre nosotros una fuerza tan atractiva, que nuestro ser humano no solo sería incompleto, sino incluso deficitario, si uno quedara privado de ello.
 
               El ser humano está, por sí mismo, abierto al Reino de Dios y el Reino de Dios está hecho para el ser humano. Nuestra naturaleza humana, la cual, está estructurada y organizada de tal manera que se orienta, incluso en su libertad de elección, hacia el valor del Reino de Dios, porque es en ese valor y con ese valor con el que alcanza su plenitud.
                   
              Si vosotros, queridos jóvenes, ahondáis con vuestra reflexión en la profundidad de vosotros mismos - pero éste es un proceso que los adultos también deberíamos hacer -  y luego, si descendiéramos con nuestra mente a lo más profundo de nosotros mismos, descubriríamos que, en el fondo, hay un hambre y una sed, que no pueden ser calmados ni saciados por las cosas, por las actividades que llevamos a cabo, por los objetos que cultivamos, por las relaciones humanas, por el dinero, la cultura, el entretenimiento, etc. .. Éstas son todas las realidades que nos gustan, de las que nos sentimos atraídos, y que nos dan cierta satisfacción. Pero honestamente, debemos reconocer que, al final, siempre queda un vacío en nosotros, que no sabemos cómo llenar.
 
                Ésta, queridos amigos, es la experiencia que continuamente hacemos durante nuestra existencia aquí en la tierra: la experiencia del sentido del vacío interior, que especialmente en el período de la juventud puede causar un drama serio o incluso puede llevar a consecuencias nefastas: las crónicas negras que nos dan cada día las noticias.

            Y entonces, debemos preguntarnos: ¿cuál es el valor que puede llenar ese fondo vacío, que experimento en mí mismo?                
 
            Es la pregunta que se hacía el profeta Jeremías: "¿Por qué mi dolor no tiene fin y mi llaga incurable no quiere sanar?" (Jer 15,18).
 
La respuesta que el Señor le da en ese momento es que debe convertirse: "Si vuelves, te devolveré y estarás en mi presencia" (Jer 15,19).
 
El mismo Señor, entonces, en la plenitud de los tiempos, completa y aclara la respuesta dada previamente a Jeremías con las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa, expuesta por Jesús.
 
Las dos parábolas son muy claras: el Reino de Dios lo encuentras inesperadamente, porque es un regalo. El labrador de la parábola, de hecho, no había ido al campamento para encontrar el tesoro. Solo se había ido a trabajar la tierra. Pero, trabajando la tierra, encontró el tesoro.

            El hombre que trabaja la tierra puede ser el símbolo de todos los que trabajan la tierra de su propio espíritu y, en general, el terreno de su propia persona, para comprender cómo pueden llenar el fondo del vacío interior, del cual hablamos antes. Aquí, este trabajar el terreno de la propia persona es el camino para llegar a la conversión, es decir, a esa transformación gradual, pero radical, de uno mismo.
 
Vosotros, queridos jóvenes, os encontráis en la posición más ventajosa para llevar a cabo este proceso de renovación en vosotros mismos, porque dentro de vosotros hay, como personas proyectadas hacia el futuro, una sana quietud del espíritu, que pone en movimiento todas sus energías, en todos los niveles, dirigidas a encontrar respuestas a vuestras preguntas de base sobre el vacío interior, que, sin embargo, es el interrogante de todos nosotros.
              
               Si trabajáis la tierra de vuestra persona, el Señor no dejará de ir a vuestro encuentro, llevándoos a un inesperado valor absoluto y definitivo del Reino de Dios, que es el único capaz de llenar el vacío interior. 
 
              Entonces, en la maravilla que Dios siempre sabe elevar con sus dones, llenos de alegría descubriréis que todo lo que erais y teníais antes, todo lo que hicisteis antes sin Su Reino y fuera de Su Reino, no tenía ningún sentido que valiera la pena, como lo tiene en cambio, dejarlo todo, renunciar a todo para poseer el Reino de Dios.

            Una vez que todo esto se entiende, es necesario actuar; es decir, debemos proceder a una opción fundamental y definitiva a favor del Reino encontrado y experimentado como un don, en tu vida, en la certeza de que si buscas primero y fundamentalmente el Reino de Dios, todo lo demás te será dado por añadidura. Es Jesús mismo quien te da esta certeza.

            Pero optar, elegir, decidirse por el Reino de Dios no significa optar por una cosa o una estructura. Optar por el Reino de Dios significa optar por una Persona: Jesús, el único que puede dar la verdadera felicidad, porque Él es la fuente de la alegría.
 
               Concluyamos esta reflexión con una breve oración: Señor Jesús, tú mismo eres el Reino y nuestra alegría, concédenos a nosotros y a todos aquellos que te han conocido, el seguirte con nueva energía y con un corazón libre, porque tú eres el tesoro escondido de la existencia humana, eres la perla preciosa, eres todo por lo cual vale la pena dejar cualquier cosa.  Amén. (foto)